
Don Quijote, de Georg W. Pabst
En Don Quijote, según el historiador Freddy Buache, “sentimos la personalidad de un autor capaz todavía de invención y que, en el momento de su escritura, expresa delicadamente la ternura o la rebelión”. El montajista Carl Oser, interrogado por Gideon Bachman, ha contado las difíciles circunstancias en que transcurrió la realización de esta obra de Pabst. Parece que fue un financiero griego con residencia en Londres quien recogió la idea del eminente bajo de ópera Fiodor Chaliapin de encarnar la figura del Ingenioso Hidalgo y empezó a organizar la producción del film, para el que ofreció la dirección a Charles Chaplin y encargó la partitura a Maurice Ravel. Chaplin renunció a asumir la tarea que le confiaban y Ravel demoró la aceptación del compromiso hasta ver terminada la película. Entre el contrato de Chaliapin y los gastos invertidos en viajes y conferencias telefónicas intercontinentales, el proyecto iba ya muy sobrecargado cuando Pabst entró en escena con la confianza de los productores franceses y los nuevos elementos ingleses que aceptaron colaborar en la tarea. Hizo Pabst todo lo que pudo, debiendo renunciar por falta de dinero al rodaje de algunas escenas previstas en el guión, incluyendo a su pesar unas canciones que paralizaban la acción en honor al lucimiento de Chaliapin. También aceptó, para personificar a Sancho Panza, a un cómico de variedades, Dorville, que no entendió lo más mínimo de su ilustre figura. Al mismo tiempo, impuso algunas novedades de categoría, como la animación de dibujos de códices medievales con que empieza el film, hecha con su magistral pericia por Lotte Reiniger, la gran realizadora de memorables cintas de sombras chinescas, como Las aventuras del Príncipe Achmed (1926).
Aún más que algunos de los suyos anteriores, se ha discutido mucho y apasionadamente este film de Pabst y, por curioso que resulte señalarlo, las acres censuras suelen ser extranjeras y las más decididas alabanzas proceden de españoles. Al estreno de la película en el Palacio de la Música, de Madrid, precedió una charla del escritor Eduardo Zamacois, que con mucha oportunidad trató de situar al público en el estricto punto de vista de Pabst y de sus colaboradores. En una sesión bastante posterior, organizada por José Manuel Dorrell y su editorial Orión, el 14 de mayo de 1947, con motivo del IV Centenario del nacimiento de Cervantes, un intelectual tan significativo como Ernesto Gómez Caballero aplaudía a rabiar y proclamaba que la versión de Pabst era absolutamente fiel al espíritu de Don Quijote.
Como las cábalas retrospectivas sólo resultan inútiles en el mejor de los casos, no vale la pena establecer suposiciones acerca de lo que este film habría sido si lo realiza Charles Chaplin, o si por recomendación de éste llega a confiarse la dirección a Jean de Limur, que había sido su ayudante, así como de otros cineastas, o al mediocre francés Bernard Deschamps, que llegó a firmar el contrato correspondiente, o al ruso Wiatcheslaw Turjanski, propuesto por Chaliapin. No cabía fiarse gran cosa de Jean de Limur, porque aún no había hecho películas asumiendo la máxima responsabilidad, y menos aún de Bernard Deschamps, conocido por la aplastante vulgaridad de todo cuanto había hecho hasta entonces. Chaplin es un genio y resulta lícito esperar siempre de él cosas importantes; Turjanski disfrutaba de mucho prestigio y estaba capacitado para muy ambiciosas empresas, pero no se atrevió a asumir ésta porque, según me confió él mismo, sólo con un conocimiento profundo de España, de su psicología y sus costumbres podía acometerse la tarea de llevar al cine el libro de Cervantes.
El crítico Mario Gromo censura duramente la adaptación en nombre de su veneración por la novela cumbre de la literatura española. Parker Tyler estima que las diferencias entre el libro y el film no son demasiado importantes, puesto que se trata de una “interpretación creadora”. No debe olvidarse que el comienzo de la película nos advierte que no se trata estricta y rigurosamente del Quijote cervantino, sino de su tema “visto y sentido por Pabst”. Esta declaración explica con claridad indudable el sentido de lo que vamos a ver, saliendo al paso de suspicacias y de aspavientos. Se suprimen, como era necesario, muchos episodios, y se ordenan los conservados según la intención plástica que mejor convenía al cine. Por ejemplo, se deja para el final la aventura de los molinos de viento, que es causa de la muerte del noble caballero soñador. Hacer que sea el Rey Arturo de una farsa de teatro ambulante –y no el ventero considerado como noble castellano– quien arme caballero a Don Quijote, es licencia muy admisible por su ingenio y por su gracia.
Don Quijote habrá de quedar, por una veintena de años, como la última gran película de Pabst, que desde entonces se entregó a trabajos sin ilusión.
Carlos Fernández Cuenca
G. W. Pabst, Filmoteca Nacional de España, Madrid, 1967.
Don Quijote (Don Quichotte, Francia–Inglaterra, 1933) Dirección: Georg W. Pabst. Argumento: novela de Miguel de Cervantes. Adaptación: Paul Morand. Diálogos: Alexandre Arnoux. Guión: G. W. Pabst. Fotografía: Nicolas Farkas, Paul Portier. Música: Jacques Iber. Montaje: Hans Oser. Elenco: Feodor Chaliapin (Don Quijote), Dorville (Sancho Panza), René Donnio (Sansón Carrasco), Renée Valliers (Dulcinea), Jean de Limur (el duque), Mireille Balin, Vladimir Sokoloff. 74’.
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Viernes 4 de febrero de 2005 a las 18:00 Sábado 19 de febrero de 2005 a las 16:00
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